Tres países, tres culturas diferentes. Amarnos sería simple si no existieran los invasores con el poder de dominarnos y de usurpar la tierra de todos. En lugar de sembrar la simiente, atropellan con la muerte para lograr un imperio para unos pocos.
Indios, indígenas y aborígenes sometidos a olvidar su lengua, sus creencias y forma de vivir siendo esclavos del invasor. Pero el planeta cambió el giro. Somos en la actualidad los invasores, los indocumentados y los emigrantes. No somos usurpadores, no expropiamos las tierras, no tenemos ambición de poder. Sólo buscamos un lugar en donde vivir en paz. También, como los primeros, se perderá nuestra identidad por el simple precio de tener un techo en donde vivir.
Lai Hoichan o Vicente Díaz viajó desde el sur de China a Centro América. Cruzó con su mochila y una trenza hasta la cintura y llegó hasta El Salvador desde donde emigró y regresó dos veces. Supo llevar con honor los dos nombres que utilizó en su vida. Amó dos mundos, cambio sus dioses por un solo Dios. Aprendió que la frase “Primero Dios” no es una costumbre en El Salvador. Aquí la fe llegó y se quedó para siempre, entre desastres naturales, genocidios, hambre y epidemias. Junto a su última esposa María Albarenga forjaron el valor de vivir y de morir. Algo que heredaron sus hijas. También ellas nacidas en San Salvador aman su tierra, la aldea de Zanzín en China y Melbourne en Australia. Aún, a casi sus cien años de vida, Elena y Ángela recuerdan y relatan sus memorias sublimes e interesantes. La odisea envuelve esposas, hijos y nietos que continuaron las huellas de Lai Hoichan.
La novela es relatada por personajes que adquieren la “cualidad” de convertirse en narradores omniscientes. Las crónicas están entrelazadas con personajes de nombres reales, otros cambiados y algunos imaginados, los cuales dieron vida a esta novela.